edadismo

Sobre la relación médico-enfermo

Se trata de un tema controvertido, pero que siempre es actual. Un tema sobre el que han escrito bellas palabras, cargadas de sentido, muchos de nuestros “clásicos” maestros de la medicina contemporánea. Pensemos en D. Gregorio Marañón o en D. Pedro Laín Entralgo por citar sólo dos figuras indiscutibles de la medicina española del siglo XX, que ya no se encuentran entre nosotros. Una cuestión muy discutida en relación con esta materia es la de valorar en qué medida las ideas y conceptos expuestos por esos u otros autores hace no muchas décadas mantienen, o no, su vigencia en el momento actual. La vida, las costumbres, las conductas sociales y personales, varían constantemente en el tiempo. También las normas legales que, en muchos casos, se encuentran detrás del problema. Por todo ello, parece lícito y aconsejable plantearse cada cierto tiempo este tipo de preguntas. Como ejemplo de estos cambios sociales valdría recordar las ideas de Marañón sobe las “mentiras piadosas” a la hora de informar a un sujeto acerca del carácter irreversible de su enfermedad. Aplicar ese principio en estos momentos podría representar incluso pena de cárcel para quien así procediera

El caso es que ahora está de moda eso de la “humanización” de la medicina, o la de los hospitales que viene a ser lo mismo. También lo que llaman medicina personalizada. Se habla mucho de todo ello e incluso se organizan simposios y congresos. En el fondo insistir en este punto supone algo así como redescubrir el Mediterráneo. El componente humanista de la medicina nos viene desde Hipócrates, de manera que su ausencia difícilmente se compagina con un acto médico propiamente dicho. En todo caso no está mal insistir en este tema, visto lo que está ocurriendo un día sí y otro también.

Eso es lo que debe haber interpretado la prestigiosa revista “New England Journal of Medicine” cuando incorpora en su número del 20 de agosto de este año un artículo editorial titulado “The Physician-Patient relationship”. Empieza por recordar -y es interesante tenerlo en cuenta- que esa relación siempre tiene un componente de desigualad. El paciente suele ser una persona vulnerable física o mentalmente, más aún si tiene mucha edad, mientras que el médico dispone de una información, unos conocimientos y unas habilidades de las que aquel carece.

A partir de ahí, el editorialista considera que estas relaciones en los Estados Unidos se mueven a día de hoy en el terreno de la confrontación. Apunta como una de las causas el énfasis excesivo que los medios y otros factores sociales ponen en la llamada “autonomía del paciente”, en un marco donde prima la desinformación o la información inadecuada o interesada. Considera que en ese contexto intervienen “fuerzas externas”, que van desde la propia familia hasta los intermediarios (compañías de seguros, administraciones, etc.) y que no siempre lo hacen con motivaciones altruistas. El artículo entra en el espinoso tema de los condicionantes legales que, más allá de los imperativo morales, condicionan con frecuencia este tipo de relación en aquel país. También en los condicionantes económicos que se esconden tras los contratos que regulan esta relación. Ahí surgen cuestiones como la firma del consentimiento informado, la necesidad de mantener una adherencia terapéutica adecuada o la confidencialidad que debe regir esta relación.

El reconocimiento legal de la capacidad del paciente para tomar decisiones propias en materia de salud (principio de autonomía) no siempre ha formado parte de esta relación. No ha sido así hasta este siglo tanto en los Estados Unidos, como en España y en la mayoría de países de nuestro entorno, Se consideraba que el médico tenía conocimientos y experiencia sobre el tema y que no había necesidad de negociarlo con el paciente. La llegada del Covid-19 y la imposición administrativa de adoptar determinadas medidas no ha hecho sino enredar más el problema  

Existen otras muchas cuestione, antes poco valoradas o inexistentes, que contribuyen a hacer más compleja esta relación. Entre ellas, el hecho de que ahora más que del médico en singular cabría hablar del equipo sanitario, lo que suele englobar a diferentes profesionales que, en su mayoría, no son médicos. También el carácter público o privado del marco en el que se establece el contacto o el nivel asistencial donde tiene lugar. No es lo mismo afrontar esta relación en el propio domicilió que en una consulta, en las residencias o en un servicio de urgencia. Incluso el tipo de tratamiento recomendable medico o quirúrgico con sus eventuales alternativas, o la aparición del fenómeno del negacionismo, evidenciado también con el Covid-19, son otros factores a tener en cuenta.

En definitiva, hablar hoy de la relación médico-enfermo implica abrir un abanico de cuestiones muy variopinto que nos obliga a reflexionar a todos, profesionales, pacientes y sociedad en general acerca de cuáles deben ser nuestras actitudes y nuestras conductas para poder elegir siempre la opción más adecuada. Estamos ante un problema dinámico cuyos condicionantes cambian en el tiempo y que para su resolución se hace necesario huir de los prejuicios y de cualquier otra forma de inmovilismo.

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