personas mayores

1 de octubre: Día de los resilientes

Daniel Salvatierra

Exsecretario general de Políticas Sociales de la Junta de Andalucía

Este año la ONU ha elegido como tema “la resiliencia de las personas mayores en un mundo cambiante” para celebrar el Día Internacional de las Personas de Edad. Y quiero pensar que la mención a la capacidad resiliente de nuestro mayores es como reconocimiento y no como aquel margen que nos permite olvidarnos de esa generación que lleva toda su vida contribuyendo con responsabilidad y lealtad a que tengamos una sociedad mejor, porque a todo se adaptan.

Que el mundo es cambiante es una obviedad. Pero, ¿para mejor? Como sociedad, ¿resolvemos los errores e injusticias para con los mayores? Sinceramente, creo que no. Tenemos mayores más aislados socialmente, con un mayor nivel de vulnerabilidad, derechos fundamentales que no son respetados y un sistema de garantía que no da respuesta cuando es necesario.

Y a todo esto, que desgraciadamente viene de serie, hay que añadirle la última ocurrencia de la Administración General del Estado (AGE) con el nuevo modelo de atención residencial para personas mayores en nuestro país. Un modelo que se olvida de algo fundamental: ¿Quién paga? Es cierto que los mayores se lo merecen todo. Pero, ¿este modelo de atención aumenta o disminuye la calidad asistencial?

Cuando algo no se puede pagar, como es el caso, la gente tiende a hacer trampas. Y a ver si nos enteramos de una vez, que la calidad asistencial no es evaluada por el número de profesionales que trabaja en un centro, sino por cómo están las personas atendidas.

Esto parece una obviedad, de hecho lo es, pero este detalle se nos olvida cuando hablamos del diseño del nuevo sistema de atención. En lugar de dejar de contar trabajadores y categorías profesionales, ¿por qué no miramos a las personas atendidas?, ¿por qué no evaluamos qué queremos conseguir con esas ratios sin justificación? Cualquier organización medianamente seria puede y debe evaluar con indicadores cómo se encuentra la población que atiende en sus centros.

El nuevo modelo, por tanto, debe ir dirigido a cómo se encuentran las personas: ¿están bien alimentadas? (un caldo de pollo se puede hacer con un pollo o con quince), ¿cuál es su índice de masa corporal? (factor de riesgo para la aparición de úlceras por presión), ¿cuál es el nivel de estreñimiento? (aspecto importante para evaluar la actividad y la hidratación de las personas atendidas),  ¿las personas institucionalizadas están deprimidas?, ¿tienen sentimiento de soledad?. Y así, podría nombrar infinidad de indicadores que la comunidad científica tiene perfectamente detectados y desarrollados para poder exigir, por parte de la Administración, su cumplimiento. Cómo lo cumplan, problema del administrado. Así, y solo así, podremos lograr un nuevo modelo de atención de calidad. ¡Ah! Y dejar de ser resilientes y tener una financiación adecuada. Ya vale de “yo invito, que pagas tú”.

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