edadismo

Suma y sigue: epidemia de edadismo

Comentaba yo en el número anterior la incorporación en el diccionario de la lengua, por parte de la Real Academia Española (RAE), de la palabra edadismo y lo que ello podía implicar como ayuda para luchar contra la plaga que se esconde tras ese término. No hizo falta que pasara mucho tempo, apenas un par de semanas, para que desde una de las cadenas televisivas más visitadas (Antena-3) se nos ofreciera un ejemplo bien evidente de la intensidad e impunidad con la que se vive entre nosotros este fenómeno. Se vive y se recurre a él como materia adecuada para la burla y la falta de respeto al colectivo de las persones mayores. Sorprendentemente, parece ser que con ello se debe ganar audiencia.

Resulta que en uno de los últimos días de enero, el programa nocturno de esa emisora denominado “Hablando en Plata”, que dirige la periodista Sonsoles Ónega, tuvo la buena iniciativa de dedicar parte del programa a tratar el tema de las residencias de ancianos y la posibilidad de desarrollar alternativas al mismo, que cubrieran los numerosos huecos existentes, con iniciativas más o menos novedosas. Para ello, se invitó a la “Asociación de Convivencia Parque Lidón” de Castellón de la Plana, en la persona del presidente de la misma y principal responsable de una iniciativa potencialmente atractiva. Una iniciativa, por cierto, premiada por la Generalitat valenciana. Hasta aquí todo perfecto, pero…

Comienza el programa y apenas planteado el tema por parte de la periodista, e iniciada la intervención del invitado, sorprendentemente, aparece en un lateral de la pantalla un individuo vociferante, gesticulador airado, quejándose de malas formas sobre el tiempo que se dedica a los viejos, un tiempo que se detrae de su supuesta intervención prevista para el mismo programa. La voz del entrevistado es tapada por esta intervención para recuperarla parcialmente durante apenas un par de minutos hasta que, de nuevo, el personaje en cuestión repite el número en términos similares y más agresivos, haciendo burla de la cuestión que se estaba tratando. Así un par de veces más. Todo ello con la entrevistadora aparentemente perpleja, impotente y, evidentemente, incapaz de mantener el hilo de las explicaciones y con la natural sorpresa y aturdimiento de la persona invitada.

Parece ser que todo el numerito no era más que una “broma graciosa”. Se supone que prevista en el guion del programa, ya que no se puede entender de otra manera. Una intervención chistosa, presuntamente simpática, de alguien llamado Miguel Lago, que se autodefine y se vende como humorista. Evidentemente, alguien que piensa que los viejos y sus problemas son una buena fuente para echar unas risas y burlarse de las cuestiones tan tontas que se les presentan. Como es obvio cualquier intento de informar y comentar el tema de la entrevista queda laminado después de una interrupción tan ingeniosa y oportuna.

La verdad es que uno no entiende de qué sorprenderse más, si de la iniciativa del gracioso o de la permisividad del programa. En todo caso la conclusión es clara, la sociedad, nuestra sociedad, tiene muy poco respeto por sus miembros de mayor edad. Es la única manera de entender que sigan ocurriendo este tipo de eventos y que quienes los llevan a efecto piensen que resultan adecuados como materia para el regocijo. Son actitudes que entran en la categoría de estereotipos, una de las formas de ese “edadismo” que mencionaba yo al inicio de estos comentarios. Hasta donde yo conozco en el momento de escribir estas líneas está por aparecer una mínima disculpa a este respecto por parte del llamado humorista, de la directora del programa o de la propia cadena responsable del mismo.

El incidente ha dado lugar a protestas por parte de diferentes instituciones relacionadas con los mayores. Una de ellas, la “Fundación Pilares”, habla de insolencia, de mofa y de “atentado contra los principios básicos del código deontológico del periodismo”. Malo es que un programa supuestamente respetable en una cadena de televisión aparentemente seria, recurra a este tipo de subterfugios. Peor aún que tengan éxito y se justifiquen en términos de audiencia. De ser así, ello implica la existencia de una sociedad enferma donde las personas mayores –el 20 % del total de la población- siguen excluidas, son socialmente centrifugadas, relegadas a guetos y con una vía libre para, de forma impune, convertirlas en motivo de chanzas y risas. Mucha tarea queda por hacer.

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